Exposición
En el proceso está implícito todo lo que ha sucedido y escrito todo lo que sucederá.

La secuencia de fibonacci y la proporción áurea
En la naturaleza, la secuencia de Fibonacci (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13...) y su límite, la proporción áurea (φ ≈ 1,618), aparecen en todo tipo de estructuras: En las espirales de galaxias, como la Vía Láctea. En los patrones de crecimiento de plantas, conchas, huracanes y brazos de ADN. Incluso en las oscilaciones cuánticas de algunos sistemas físicos, como en los experimentos con átomos de hierro bajo campos magnéticos. Matemáticamente, φ el numero aureo 1,618 emerge cuando un sistema busca equilibrio entre expansión y coherencia, es decir, crecer sin perder armonía interna. Es la geometría del equilibrio dinámico, lo que algunos físicos llaman “la geometría del tiempo vivo”.
En el proceso está implícito todo lo que ha sucedido y escrito todo lo que sucederá.

Los fractales: geometría del infinito
Los fractales son estructuras que se repiten a diferentes escalas. Desde los filamentos cósmicos hasta los bronquios de los pulmones, las nubes, los ríos o las redes neuronales, todos muestran autosimilitud. El universo parece estar diseñado bajo el principio de recursividad, donde el todo se refleja en cada una de sus partes. Esto resuena con una idea ancestral: “Como es arriba, es abajo.” Desde un punto de vista físico, los fractales minimizan energía y maximizan intercambio de información, por eso son tan comunes en sistemas naturales y biológicos.
En el proceso está implícito todo lo que ha sucedido y escrito todo lo que sucederá.

El principio holográfico
El principio holográfico, propuesto por Gerard ’t Hooft y Leonard Susskind, afirma que toda la información contenida en un volumen del espacio puede describirse en su superficie límite. Es decir, el universo podría ser un holograma cósmico, donde cada punto del espacio contiene la información del todo. Esta idea, nacida de la física de agujeros negros, sugiere que la realidad es información codificada en la frontera del espacio-tiempo, como si todo el cosmos fuera una proyección tridimensional de un código bidimensional. De ahí que algunos científicos y filósofos hablen de una matriz informacional universal, donde la energía y la materia son manifestaciones de patrones de información.
En el proceso está implícito todo lo que ha sucedido y escrito todo lo que sucederá.
La entropía y la dirección del tiempo
La entropía mide el grado de desorden o dispersión de la energía. El universo, desde el Big Bang, tiende hacia estados de mayor entropía, pero lo fascinante es que localmente genera orden —estrellas, planetas, vida, conciencia gracias a los flujos de energía. En otras palabras, el cosmos parece tener un doble pulso: Una tendencia hacia el equilibrio térmico (la expansión, el enfriamiento). Y una tendencia local hacia la complejidad (la emergencia de estructuras autoorganizadas). Esa dualidad sugiere que la entropía no es solo caos, sino el mecanismo mediante el cual el universo explora todas sus posibilidades. Es el ritmo respiratorio del cosmos.
En el proceso está implícito todo lo que ha sucedido y escrito todo lo que sucederá.
El espacio como matriz organizadora de energía
La física moderna, desde Einstein hasta la mecánica cuántica y la teoría de cuerdas, describe el espacio-tiempo no como un vacío, sino como
un campo dinámico, una matriz vibrante capaz de almacenar y transformar energía.
El campo cuántico del vacío (o “campo de punto cero”) contiene fluctuaciones constantes de energía virtual: pequeñas erupciones que crean
y destruyen partículas, manteniendo viva la estructura del cosmos.
Si se mira con ojos filosóficos, el espacio parece tener una inteligencia geométrica: organiza, codifica y propaga la energía siguiendo patrones
matemáticos universales —su firma.
En el proceso está implícito todo lo que ha sucedido y escrito todo lo que sucederá.
El hilo invisible que cose el universo.
En física cuántica, el llamado “hilo invisible” puede entenderse como una metáfora del entrelazamiento cuántico, un fenómeno real,
comprobado y medido experimentalmente.
Cuando dos partículas, por ejemplo, fotones o electrones— interactúan de manera que sus estados cuánticos quedan correlacionados, se
dice que están entrelazadas.
Esto significa que sus propiedades (como el espín, la polarización o el momento angular) no pueden describirse por separado, sino únicamente como un sistema conjunto, incluso si las partículas se separan a enormes distancias.
La clave está en que el estado del sistema es uno solo, distribuido en el espacio.
No hay una señal que viaje entre ellas: la correlación es instantánea, aunque estén a años luz.
Einstein lo llamó “acción fantasmal a distancia” (spooky action at a distance), porque desafiaba la noción clásica de causalidad y límite de la
velocidad de la luz.
Hoy sabemos que no se transmite información más rápido que la luz no hay violación de la relatividad, pero el resultado de una medición en una partícula afecta inmediatamente la descripción del sistema total.
La no-localidad del entrelazamiento fue confirmada en múltiples experimentos, como los de Alain Aspect en 1981–82, y más tarde con fotones, átomos e incluso cúbits en laboratorios cuánticos modernos.
Por esto, Aspect, Clauser y Zeilinger recibieron el Premio Nobel de Física 2022.
En términos formales, si dos partículas A y B están entrelazadas, su estado puede representarse así:
∣Ψ⟩=12(∣0A1B⟩+∣1A0B⟩)|\Psi\rangle = \frac{1}{\sqrt{2}} (|0_A1_B\rangle + |1_A0_B\rangle)∣Ψ⟩=21(∣0A1B⟩+∣1A0B⟩)
Este vector describe una superposición: ninguna partícula tiene un estado definido por sí sola; sólo existen como parte de una realidad compartida.
En el proceso está implícito todo lo que ha sucedido y escrito todo lo que sucederá.
Reflexión
🪶
Quizá el hilo invisible no sea sólo una metáfora poética.
Quizá sea la forma en que la física comienza a revelar la unidad profunda entre el conocer y lo conocido,
entre el observador y lo observado,
entre la partícula y el pensamiento.
Cada acto de conciencia podría ser una reorganización local del campo universal,
una chispa donde el cosmos se vuelve consciente de sí mismo por un instante.
Así, la ciencia y la poesía coinciden:
el universo no está hecho de cosas,
sino de relaciones que vibran en conjunto,
de un tejido de presencia compartida.
Y cada ser vivo, cada nota, cada mirada,
no es más que una onda distinta
en el mismo mar invisible que nos une a todos.
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